"Obra siempre de modo que tu conducta
pudiera servir de principio a una
legislación universal"
Immanuel Kant.
Hola amantes de la verdad, este
tema reflexivo que trataré hoy fue recomendado por una persona especial y
honestamente hace tiempo que he querido hablar sobre esto. Una breve reflexión
sobre las personas que actuamos bien, que hacemos el bien, sin embargo no nos
va tan bien.
Para desarrollar este tema citaré
a uno de mis filósofos favoritos: Immanuel Kant. Naturalmente, el filósofo no
podía dejar de preguntarse, en ese entonces: ¿adónde conduce tanta dignidad de
la persona y tanto esfuerzo? Después de todo, es más fácil comerse la torta
entera que andar compartiéndola con otros ¿no? Y preguntándose a cada rato cuál
es mi deber, es más fácil obedecer a nuestros deseos que vivir en conflicto
entre lo que debo hacer y lo que no puedo hacer.
¿Adónde me conduce todo esto, más
allá de la satisfacción momentánea de ser libre, de ser yo? ¿Y el sufrimiento?
¿Y todos los que son libres, que mantienen esa dignidad del deber ser y sufren
y son maltratados o masacrados? ¿Y Sócrates, que cumplía con su deber y por eso
fue condenado a beber cicuta? Esta pregunta acosó al hombre de todos los
tiempos: ¿Qué tiene de bueno ser bueno?
Eso mismo le preguntó un día el
profeta Jeremías a Dios. Dios no le respondió. Kant, que es humano, debe
responder. Generalmente, los virtuosos, los justos, los santos, son sufrientes,
dolientes, no son los más aplaudidos, ni los que son llevados en andas. ¿Cómo,
entonces, puede el deber ser al mismo tiempo motivo o causa de tanto sinsabor,
ya que la mayoría no sigue el deber ser sino el ser, el impulso, y ese impulso
es siempre de conquista y de aplastamiento del otro, y el más aplastado es el
justo y el virtuoso, el hombre moral?
Kant no podía responder desde el
conocimiento. Solo emitió una hipótesis: para saldar esa evidente injusticia
debe existir la inmortalidad, porque ella y solo ella puede alcanzar a retribuir
el bien al que ha actuado según el Bien, y esa inmortalidad requiere por tanto
la presencia de Dios. Ese Dios, cuya existencia la razón pura teórica o
especulativa no puede demostrar, es postulado y exigido como hipótesis, no como
verdad verificada, por la razón práctica.
El razonamiento sería el
siguiente:
- Si encuentro en mí la ley moral,
- si la ley moral no produce felicidad en este
mundo,
- si, no obstante, no concibo una ley moral sino
para la felicidad,
- en consecuencia, ha de haber una inmortalidad,
otra vida posterior a ésta, donde coseche los frutos de mi sacrificio,
- y esto exige una garantía, es decir la presencia
de Dios.
Como observamos, muchos se deben
sentir identificados. ¿No se han preguntado alguna vez? ¿Por qué a mí? ¿Por qué
yo? No le he hecho nada a nadie y me pasa esto, etc. Siempre nos preguntamos,
si actuamos tan bien, porque nuestra vida sigue siendo la misma. Ponemos en
cuestión nuestra forma de actuar, nuestra moral, nuestros valores y creemos que
cayendo en la tentación de actuar mal, siendo egoístas en un mundo tan
antiético podremos ser felices y no es así.
Aún creo yo que muy aparte de
alcanzar esa inmortalidad y que Dios nos premie con la vida eterna en el
paraíso, está la recompensa terrenal. Como dice el dicho, todo sacrificio tiene
su recompensa y si existe un Dios, él te recompensará acá en la tierra, en la
vida terrenal. Todo en este mundo da vueltas y si has actuado bien, pero no te
ha ido bien en la vida, tranquilo ya llegará la recompensa a tu sacrificio.
Aquellos que han actuado mal,
obteniendo lo que quieren a cuesta de los otros van a terminar pagando tarde o
temprano sus actos.
Gracias a Geraldine García
Saldaña por la recomendación de este tema. Esta nota reflexiva va dedicada a
ella. Les ha hablado el colmillo y les deseo un buen inicio de semana.
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